ÉTICA DEPORTIVA: Juega Limpio.

El resultado era sorprendente y extraordinario y la ubicaba entre las grandes fondistas del país. Había completado un maratón en 3 horas y 37 minutos (3:37). Desafortunadamente, la sospecha de los conocedores quedó confirmada. Los organizadores del maratón la descalificaron y sacaron su nombre del listado de participantes. Es como si no hubiera corrido. Para Panamá es mejor que no aparezca en ese listado, porque los resultados que mostró son, en la mejor de las hipótesis, sospechosos.

Todos recuerdan la vergüenza que pasó México debido a lo que hizo un excandidato presidencial de ese país en el Maratón de Berlín.

Esta es la historia de la participación de una joven en un reciente maratón. Se trata, por definición, de una carrera de 42 km y 195 m. ¡Son muchos kilómetros! En el evento, ella solo pasó por tres de los 10 puestos de control: los dos primeros y la meta. Los siete puestos intermedios no detectaron su paso.

Esos dos primeros pasos de control, que cubrían los 10 kilómetros iniciales, los completó en una hora, su tiempo usual. Entonces, para poder cumplir el tiempo total de 3:37 debió hacer los siguientes 32 km 195 m en 2 horas y 37 minutos. Cualquiera se da cuenta de que la matemática deportiva no da: 10 kilómetros en una hora y, luego, los restantes 32 kilómetros 195 metros –cuando técnicamente debió estar más cansada–, en 2 horas 37 minutos es prácticamente imposible de lograr, una verdadera hazaña.

Las explicaciones que dio en las redes sociales tampoco convencen, porque de ser cierto que botó su abrigo, en el que iba pegado su número magnético, sería un verdadero milagro que los organizadores lo encontraran en medio de otros cientos de miles de abrigos y que, luego, la encontraran a ella entre más de 50 mil participantes. Y si, efectivamente, le devolvieron su número en el kilómetro 19, ¿por qué no apareció en los controles intermedios, pero sí en la meta?

Lo más lamentable es que la atleta tiene muchos seguidores en las redes sociales, pues además de representar una de las marcas que patrocina ese maratón es copresentadora de un programa de televisión muy popular entre la juventud, en el que descubren y analizan de todo, menos los resultados que son evidentemente irregulares. Los comentarios y felicitaciones que siguieron al maratón solo fueron halagos, elogios y deseos de imitación. Un modelo a seguir.

¿Qué puede llevar a una persona a cometer lo que pareciera ser trampa en un evento deportivo recreacional? ¿Sed de gloria? ¿Miedo al fracaso? Pero, no es ningún fracaso dejar de completar un maratón. Aquellos que no lo hacen, por lo general sienten un gran empuje para entrenar mejor y lograr completarlo en una próxima oportunidad. Sucede con frecuencia y no hay nada de qué avergonzarse. ¿Acaso hacer trampa no es la peor forma de fracaso? Es engañarse a uno mismo.

Lo cierto es que la sociedad enfrenta situaciones como esta, como si nada hubiese sucedido, lo que significa que los errores no se rectifican, simplemente se van echando debajo de la alfombra para que el tiempo los desaparezca.

Al comparar este caso con lo que sucede en el país, sacudido por evidencias de corrupción masiva, pinchazos, clientelismo político y populismo sin precedentes, este asunto no provoca ni siquiera un bostezo. ¿Qué importancia puede tener una posible trampita en un maratón comparado con lo otro?

Que esto suceda en el deporte profesional tampoco se justifica, pero que el deporte recreacional se vea contaminado por este mal que aparenta ser endémico, es otra estocada más en la búsqueda del comportamiento ético.

Pareciera que el virus llegó a la célula madre. Los valores que rigen los deportes son emblemáticos para todo buen padre de familia. Son el ejemplo a seguir. De allí la importancia de los Juegos Olímpicos. La idea es mantener esa llama.

Por eso, es preocupante y deprimente descubrir que ese fair play o juego limpio que tanto se busca imitar en otras instancias de la vida, se vea embarrado también. ¡Algo hay que hacer y pronto!

autor: Lucas Verzbolovskis |

 

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