ARTÍCULO: La superación del Campeón:  el Dopaje como Farsa Desenmascarada

Ser campeón o meramente parecerlos:  una elección fundamental que va a determinar un camino vital precisamente cuando se ponen las bases del desarrollo de un potencial, sea este deportivo, cultural, científico, artístico, etc. A esta elección fundamental, como a toda obra bien cimentada, deberemos dedicar no pocos esfuerzos a la hora de promover unos valores que, si están insuficientemente subrayados, pasarán factura a quienes enseñamos, o si los hemos enfatizado suficientemente, nos premiarán con una digna generación sucesoria.

En una época en que se ha llegado a adorar al oro del cordero, primándose el llegar primero, premiándolo tan sóo con el reconocimiento pecuniario, no es de sorprender que el dinero sea el patrón, la medida, de todas las cosas.  La sociedad entera participa de ello, por lo que no debería sorprendernos que el Deporte igualmente comulgue con estos parámetros, ni que quienes compiten por ello consideren aceptable cualquier medio, lícito o ilícito, para alcanzar estos objetivos. 

El debate sobre fines y medios cobra por tanto urgente actualidad:  se trata, nada menos del sentido que queremos dar, o a la ausencia de él, a nuestra existencia, reflejada en nuestro caso, en el hacer deportivo

Sin hacer un recorrido exhaustivo de la idea olímpica repescada por el Barón Pierre de Coubertin, la de la tregua de los pueblos de la antigua Grecia, cuna filosófica de la cultura occidental (debate aparte merece la cabida en el pensamiento globalizado de nuestro planeta del siglo XXI, de las antiquísimas filosofías orientales), la de honrar al Campeón en buena lid por hacerlo mejor, más rápido, más lejos, con más fuerza, la del acercamiento de los pueblos, pasando por el uso propagandístico de la idea y por la profesionalización del Deporte y del propio Movimiento Olímpico, hemos de reflexionar hacia dónde queremos llevar al Deporte.  ¿Qué pretendemos de él? ¿Qué fines queremos darle? ¿Qué mensaje queremos que proyecte?

   

Sería una grave irresponsabilidad por parte de quienes ya hemos dejado de competir como deportistas para participar en la dirigencia y diseño del Deporte, el dejar que un fenómeno de tamaña importancia se desarrollase sin una filosofía de base.  El simbolismo innegable que posee el Deporte, su proyección transcontinental y supracultural, y la herramienta educativa que supone, subrayan aún más la inaplazable necesidad de replantearnos el marco filosófico, el ideario, en el que éste se va a desarrollar.  No da igual bajo qué conceptos compitan los deportistas:  es el epicentro absoluto de todo el esfuerzo el saber porqué hacemos las cosas.  Y quién dice atletas, dice también entrenadores, asistentes, personal sanitario, voluntario, dirigente e incluso público.  Es una reflexión de la que debemos participar todos:  el Deporte es un fenómeno social.

Si todos somos partícipes, si este es un fenómeno social, como todo acto compartido requiere de reglas de convivencia civilizada, la base de toda sociedad, de todo grupo humano que comparte espacios y afanes.  La antítesis de esta filosofía es la Guerra, la pérdida de todo marco civilizado de confrontación:  precisamente fue el contrapeso que ofrecía a ella la tregua olímpica lo que inspiró a los antiguos helenos a interponer las justas deportivas para romper el círculo demoníaco de la anticivilización.  Una genial y coherente idea que ha aguantado el paso del tiempo.  La moda pasa, el ingenio no.

   

Llegados a este punto, el de la competición en un marco reglado para así determinar con justicia quien es el verdadero Campeón y los honores y reconocimiento que de ello se desprende, deberemos hacer todos acto de honestidad y cuestionar dónde están los límites de lo lícito o ilícito en ese esfuerzo.  El concepto de Ética corre serio peligro cuasi "arqueológico" si no fuera porque nos jugamos nada menos que la supervivencia como civilización.

La Ética es precisamente la que nos recuerda  que estamos inmersos en un cuerpo social que, a cambio de espacio físico y moral, nos exige unas contraprestaciones a la altura de lo que nos da.  Pensemos en un momento en lo que sería subir a un avión a los mandos de alguien que pareciese ser un piloto, sin serlo realmente, el ponerse en manos de una cirujana que realmente no lo fuese, el encargar a un ingeniero fingido la construcción de un puente estratégico que uniese dos ciudades significativas, el encomendar la educación de nuestros hijos a una profesora que no fuese tal.  Nos movemos en un marco de confianzas oficialmente certificadas por las autoridades educativas, para poder así convivir con garantías de que el otro(a) está capacitado(a) para cumplir las funciones de él/ella esperamos.  No poder hacerlo significaría vivir en la permanente zozobra del fraude social:  el pacto social al que nos sometemos nos ofrece a cambio el poder confiar en la solvencia del otro, cada cual en su campo.  Esta legitimidad querremos también para quien haya que reconocer como Campeón:  desearemos uno de verdad, no un fraude decepcionante.

   
Pero, ¿no olvidarnos de un detalle?  No somos eternos, por más que la ilusión persista, La eterna juventud sigue siendo una quimera.  Mañana, nos guste o no, tendremos que dar paso a la siguiente generación, una generación que deberá operarnos, velar por el cumplimiento de las leyes, construir nuestros edificios, transportarnos de un sitio a otro, cuidarnos en nuestra vejez.  En la medida que le hayamos enseñado valores que transciendan su inmediatez personal y temporal, podremos jubilarnos tranquilos o con una espada de Damocles sobre nuestra mecedora.  La continuidad del pacto social depende de la Educación que transmitamos a la siguiente y sucesiva generación. 
   
Si los honores, las medallas, galardones y premios en metálico son la ganancia inmediata del que llega a Campeón, estos llegan a oxidarse, a recoger polvo en una esquina, o simplemente, a gastarse.  Lo que trasciende la gloria efímera de la victoria es el prestigio.  El que se gana con claridad, con legalidad, sin trampa, reconocido por propios y rivales.  Con éste sueña cualquiera que alguna vez ha competido, sobre éste se cimenta la relevancia de los grandes o pequeños títulos.  Este dura mucho más que la mera victoria, incluso da significado a la derrota cabal, poniendo en perspectiva el significado del esfuerzo.  Cabe aquí preguntarse si estamos realmente atinando a la hora de preparar a nuestros atletas en la correcta filosofía del competir.  ¿Nos habremos olvidado nosotros mismos sobre el rumbo de todo este esfuerzo?
   
Que el Dopaje es un fenómeno social está fuera de toda duda.  Negarlo sería una ingenuidad indigna de quien pretende dirigir.  Que es peligroso para la Salud tampoco es una incógnita;  quien lo practica sabe a lo que se expone, quien lo propaga incursiona en lo delictivo y punible.  Quien lo tolera deberá asumir que practica una doble moral;  quiere prestaciones reales, pero acepta la farsa como concepto válido en el contrato social.  Todas nuestras acciones tienen consecuencias;  las buenas, las regulares y las malas, incluso la omisión de acción tiene las suyas.  Todas son decisiones.
 

A quien dirige le corresponde erigir y velar por el cumplimiento del pacto social, de la actividad deportiva en nuestro caso.  Debemos proponer un marco educativo al deportista, un camino que incluya la superación real, no la fingida, para acercarse a las metas que entre todos nos proponemos.  Deberemos apelar a los valores de la Ética, aplicándolos en primera instancia a nosotros mismos, para trasladarlos a quienes nos sucederán mañana.  La fortaleza y espíritu de superación que se adquiere por este camino será lo que hoy le permita enfrentarse al rival difícil, y mañana, a la vida misma.

Si en alguna etapa de la vida nos creemos inmortales, esa es la juventud.  Es precisamente durante ella en la que hay que enseñar a nuestros sucesores a exigirse, a explorar sus límites e intentar superarlos.  Enseñarles a volar, tarea difícil, aunque más lo es la vida misma.  Recurrir a la trampa significa inocularles el complejo de inferioridad:  no soy capaz de superar al rival, salvo que emplee triquiñuelas.  Enseñarles a superarse será el verdadero botín deportivo y docente, mucho más que las medallas o trofeos, o dotes monetarias;  ello les servirá durante todas sus vidas.  Y durante lo que nos quede de las nuestras.  Querremos que la generación que nos suceda se acuerde de nosotros con cariño, orgullo y respeto:  eso tendremos que ganárnoslo.

   
¿Y el protagonista actual del fenómeno?  El Deportista, si bien bajo tutela, también es un ser autónomo, que debe ser consciente de las decisiones y elecciones que toma.  Deberá preguntarse si a lo que aspira en la vida es a ser mañana mejor que hoy, a tomar parte activa en el diseño de su desarrollo y vida, a crecer como competidor y ciudadano, en definitiva, a aspirar a ser Campeón.  O sólo parecerlo;  quien se dopa, ya se engaña a sí mismo, asume expresamente su inferioridad, su incapacidad para creer, su irrespeto por el rival, por las reglas consensuadas.  El Deportista tampoco es inocente:  decide si quiere buscar su superación o tomar atajos para llegar primero, consciente de que no lo merece.

Como todo proceso educativo, el Deporte con trasfondo tampoco ve de manera inmediata el resultado de la siembra de valores.  Esto se ve con el decalaje del tiempo, que pone las cosas en perspectiva.  Requiere un esfuerzo personal y colectivo de reflexión, acción y maduración, premiado con el título pleno del deportista-ciudadano.  En la filosofía Zen, por ampliar el espectro docente, existe el símil del arquero:  no deberá concentrarse en la diana, sino en sí mismo;  deberá dominar su equilibrio, su respiración, la tensión y relajación adecuada de sus músculos;  deberá abstraer su mente y pensamientos superfluos para concentrarse en el humilde siguiente paso, deberá tensar el arco y equilibrar la flecha;  llegado el momento justo, llegará casi sólo el momento de soltarla y ésta, de manera "natural", por todo lo anterior, volará hacia su destino.

La diferencia entre la superación real y la fingida es el lado de la verdadera línea que todos debemos elegir a la hora de decidir hoy lo que seremos mañana.

       

Autor:  Ezequiel R. Rodríguez Rey.   Médico de Urgencias, Hospital Universitario de Fuenlabrada (Madrid,  España) y Miembro de la Comisión Médica y Antidoping del Comité Olímpico de Panamá;  como miembro de la Comisión Médica de la Federación Internacional de Esgrima (F.I.E.) fue Delegado Médico para la Esgrima en los Juegos Olímpicos de Atenas 2004 y Beijing 2008.

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